sábado, 3 de octubre de 2015

Ellos son el reflejo de nuestras miserias

Tener en nuestras casas a un inmigrante sucio, hambriento y
desarrapado nos debe incomodar. Pero en cambio, sí que nos gusta
hablar de que Europa es la cuna de los derechos, de las igualdades,
que hemos sido pioneros en conseguir derechos y oportunidades para
todos los ciudadanos, y en consecuencia, los hemos exportado al resto
del mundo.

Mas ver como vagan familias de sirios por Europa huyendo de una
atrocidad permitida por Europa, nos incomoda. Tal vez sea porque ellos
nos devuelven el reflejo de lo que realmente somos y no de lo que
aparentamos ser. Nos creemos la cuna de la civilización, los adalides
de la democracia y los defensores de los derechos humanos. Pero en los
ojos, en la desesperación y en las ampollas que arrastran consigo los
refugiados sirios y afganos podemos ver que no somos eso. Somos un
pueblo incapaz, indolente, soberbio y sin moral. Hemos permitido que a
los pies de Europa, Siria se desangre en una guerra, hemos dejado que
Afganistán se convierta en el banco de pruebas de USA y los radicales
islamistas. No hemos escuchado los gritos de pánico y de miedo de las
familias que han caído, de los huidos, de los exiliados, de los
heridos.

Así ahora los tenemos en nuestras puertas, llamando a nuestras casas,
pidiendo justicia, solo eso. Pidiendo que actuemos como nos
vanagloriamos de ser: justos, humanitarios y solidarios. Pero se
encuentran alambradas, cercos policiales y estériles reuniones donde
son fríos números a repartir.

Por eso nos incomodan los refugiados, porque ellos nos han mostrado
nuestras vergüenzas y nos han destrozado la mascarada que nos habíamos
creado.
Dejándonos nuestras miserias visibles.

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