viernes, 29 de enero de 2010

conversaciones de ascensor



Ahora que vuelvo a vivir en un edificio con ascensor, me vuelve a la memoria las sensaciones que produce compartir ese metro cuadrado con un vecino y vuelvo a observar con cierta ironía como la sensación de incomodidad se reproduce en cualquiera. Así todas las veces, alguien acaba hablando y diciendo algún tópico; “Parece que hace frío” o se comenta brevemente la última noticia que ha salido en el telediario. Evidentemente para que no te identifiquen con nadie, se habla de algo banal o lejano. Una tragedia suele ir bien, para matar esos segundos. “Vaya pena lo de Haití, ¿no?”

No es que me parezca mal que la gente en el ascensor se apiade de los haitianos y quiera compartir su preocupación con el vecino. Lo único que me escama es lo corta que es la memoria, antes de Haití ocurrió un tsunami… (Un segundo que lo miro en Google)… en el Océano Indico… y nadie se acuerda ya que allí aún se necesita ayuda. Se necesita reconstruir una realidad que quedo borrada. Hay unas necesidades que han quedado reducidas a la mínima expresión y a la buena voluntad de las ONG´s que han conseguido sobrevivir al impacto mediático y años después siguen acometiendo su trabajo lo más dignamente que pueden. Hoy nadie se acuerda como hace unas Navidades nos bombardearon los informativos con la vacuna de la malaria. Y hoy, aun el mismo equipo sigue trabajando y buscando fondos para poder seguir con su trabajo y hacer extensivo sus resultados. Una vez que los medios han usado la noticia y empieza a caducar, se olvida y se tira al rincón del olvido, informativo y social. Dado que si no sales en los medios, no existes.

Así dentro de unos días, en el ascensor, el vecino me dirá; “Parece que hace frío”

pd; Hoy llevo el día ácido… por eso la ironía me desborda…

miércoles, 20 de enero de 2010

Cada día me es más difícil ... sentirme español





Puede que el tiempo me haga perder ciertos dogmas. Puede que lo vivido me haga ganar cierta distancia sobre lo que me rodea, pero cada vez me cuesta mas identificarme con una identidad. Cada día me resulta más difícil sentirme integrante de un estado, o enarbolar con furia y henchido de orgullo patrio los vítores de un sentimiento nacional. Desgarrándome la camiseta cuando suena el himno y la bandera ondea al fuerte viento de levante.

Puede ser que el estado del cual me podría sentir orgulloso, solamente existe en mi imaginación. Los valores sociales, culturales, críticos, de integración, de solidaridad, de participación no se encuentran integrados en la sociedad en la que vivo.

Puede que cada vez vea mas claro y mayor nitidez que los nacionalismos solamente son cuotas de poder. Los cuales se retroalimentan con su discurso caduco, cíclico y vacuo de contenido ambos frentes políticos, ya que difícilmente se pueden considerar ideológico.

Puede que por todo esto, cada día siento menos apegos por las banderas, por las fronteras que se han inventado, por los tópicos que orgullosamente regentan cada nación. Y realmente me interese mas como esta formada esa sociedad.

Puede que por eso, cada día me resulte más difícil, decir de donde soy cuando me lo preguntan…

lunes, 11 de enero de 2010

Memoria selectiva; el olvido interesado




Desde hace mucho tiempo los ganadores de las guerras son los que escriben las historias que sucedieron durante la batalla. Los que nos dictan como acaeció tal combate o tal fusilamiento. Los que nos justifican los actos cometidos y los que nos reprochan los actos cometidos por el bando enemigo.

Durante muchos años en España, la guerra civil fue uno de los mayores tabús y a la vez, uno de los mayores pilares de orgullo nacional. Quedando para siempre la versión oficial, la recompensa a los fieles servidores de la patria, para aquellos que lucharon contra la democracia vigente, bien por convicción, bien por seguidismo o por miedo. Sus muertos fueron honrados, sus viudas recompensadas y los combatientes recolocados, por el buen servicio a la causa nacional. Se les alabó y se les ensalzó. El régimen así lo quiso para premiarles, pero los perdedores cayeron en el olvido oficial, que no familiar. La amarga memoria de los republicanos que huyeron, que se escondieron, que vieron pasar sus años entre las rejas de una vetusta e insalubre prisión o levantando minas, puentes, empresas de los amigos afectos al régimen o el Valle de los Caídos, bajo paupérrimas condiciones, a cambio de un exiguo salario que recibían sus mujeres o de una reducción de pena. Estos (los que realmente levantaron España) jamás vieron su nombre en ningún reconocimiento o en una palabra de gratitud. No sólo quedaron marcados sino que perdieron su juventud luchando en Francia contra los nazis, huyendo por los montes de España o levantando obras de Franco. Estos vieron pasar los años, perder la salud o incluso la vida y, si llegaron a envejecer, la mayoría no han podido recibir homenaje alguno a su entrega por la defensa de la república, de unos ideales, de una democracia. De la única que había existido en España hasta ese momento.

Por ellos, y por los que morían en las frías noches en innombrables cunetas bajo una lluvia de disparos falangistas, era y es necesario que se les hubiese rendido un sentido homenaje, que se les hubiese reconocido su valor, que se supiese su historia y lo que pasaron al acabar la guerra. La represión que sufrieron. Que el perdón (valor tan cristiano) nacional no existió con ellos y se le buscó exterminar. Es vital que puedan ser enterrados donde sus familiares deseen y no estén en fosas comunes desperdigados por los campos de España. Es necesario que las familias puedan anular sus juicios sumarísimos…

… pero lo más importante es que se puedan verse reconocidos, aunque muchos de ellos ya hayan muerto…