miércoles, 22 de noviembre de 2017

Un país absurdo

Me niego a creer que la voz de la sociedad sea el morbo y la sangre. La de unos seres nacidos en el Medievo, que no reconocen derecho social alguno y aprovechan el circo de confusión que se crea desde los medios de comunicación, para esparcir su odio, ignorancia y desprecio. En forma de eslóganes simplones, a la vez que patéticos y vetustos.

Me niego a creer que seamos tan catetos como para alentar a unos supuestos criminales y culpabilizar a las víctimas de violencia machista, por: "como vestían o por como actuaban".

No puedo entender que nadie entienda, el escarnio público al que está siendo sometida la última víctima de la barbarie machista. Porque nadie en su sano juicio se imagina un paralelismo entre ella y un afectado por un atentado terrorista o un secuestro, por ejemplo.

"¿Hizo usted todo lo posible por escapar de su agresor?" le preguntaría el letrado "¿Por qué llenó luego su Instagram de fotos con sus amigos, de verdad que está afectado por el secuestro?"

Seguramente estas preguntas nos parecen kafkianas propias del mejor guion de Buñuel. Pero si pensamos que estas preguntas se pueden realizar en un juicio por violación, tal vez resulte que vivimos en un país absurdo e insensible con la víctima.

No puedo creer que, ante estos hechos, estos seres ameboides expelan su odio hacia las mujeres, de forma tan impune por internet. Mientras se acosa a la víctima en el juicio, se le insulta a ella y a todas las mujeres, de forma gratuita en Twitter. Y además, los cabestros de la manada salen vitoreados de la plaza, cuando se siembran sombras de sospecha sobre la violada.

Me niego a creer que hayamos retrocedido al Medievo, que estemos perdiendo valores sociales consolidados en estas últimas décadas. Me indigna pensar que seamos tan palurdos como para llamarlas feminazis y denostar su (nuestra) lucha.

No puedo entender que viva en un absurdo país que permite la violencia contra las mujeres, amparando en horribles tópicos y lamentables clichés a los agresores.

lunes, 13 de noviembre de 2017

el racismo se cura viajando

Viajar tiene muchos placeres: desconectar de la realidad a la que estamos habituados, desaparecer del trabajo, apagar el despertador por unos días o simplemente hacerse fotos de "envidia de la mala".

Pero además de todo esto, una de las ventajas de viajar es poder descubrirse a uno mismo. Mientras ves que la realidad de otros países, no es la que te han contado o la que hemos creado en nuestra cabeza previamente. Y esto es lo que me suele ocurrir cuando viajo a algunos países, de los que me suelen catalogar como: "raros".

Me explico, acabo de volver de un periplo de 20 días, donde he recabado en Londres y Rumanía, y la mayor parte de la gente se entusiasma con la idea de que haya estado en Londres y corren un tupido velo de silencio sobre Rumanía o me contentan, con cierto desdén: "¿Qué hay que hacer en Rumanía?"

Suelo responder, con toda la ironía que atesoro, que: "vender el cobre que me he llevado".

Sería sorprendente si solo hubiese vivido esta situación una vez. Pero se me ha ido repitiendo, durante estos últimos días, bastantes veces esta absurda conversación. Con lo que tengo que llegar a la reflexión que nuestros prejuicios hacia los rumanos, nos hace ver Rumanía como un país, poco atrayente, sin historia, ni interés alguno y sobre todo que debemos mantenernos alejados de ellos.

Por suerte la realidad es tozuda, y me ha enseñado estos días en Rumanía, que son un pueblo acogedor, educado, atento y derrochan simpatía. Además su país atesora una historia muy interesante, con una fascinante amalgama de influencias culturales que se pueden disfrutar al pasear por sus bulevares, o al hablar con ellos en cafés o plazas.

Y este debería ser el sentido de todos los viajes: aprender, descubrir y sentir el latido del país al que vas. No solo posar para las fotos de "envidia de la mala".

Solo de esta manera, podemos derribar los vetustos e injustos tópicos que se esparcen por nuestra sociedad. Para así, desde la humildad, tener una mente abierta a todos, sin importarnos pasaporte, religión o cualquier otro elemento superfluo.

miércoles, 1 de noviembre de 2017

La añoranza del comunismo y el fracaso de la democracia

Llevo muchos años viajando a países de la antigua URSS (o de su órbita política). A su vez, tengo algunos amigos y he tratado con gente de estos estados. Con ello, hay una reflexión que me hacen, eventualmente, y me sorprende:" Antes (con la URSS) no teníamos nada en el súper, pero teníamos trabajo y dinero. En cambio, ahora tenemos el súper lleno de galletas y bebidas, pero no tenemos dinero".
Sin duda, este silogismo no se cumple en todos los países, pero sí que está fuertemente arraigado en algunos de ellos.

Por ello, que gran parte de la población te haga esta reflexión, es un fracaso de la democracia existente y sus políticas. Porque los ciudadanos relacionan: democracia con falta de dinero, pobreza, paro y cierre de fábricas. Pero no lo aparejan con las libertades que deberían ir asociadas a ella. Y por el contrario, prefieren valorar positivamente que con el comunismo tenían dinero y trabajo (en su país), a la vez que ciertas comodidades de las que hoy no disfrutan.

En esta tesitura, deberían preguntarse qué democracia tienen en sus estados. Si es una democracia real que brinda oportunidades y libertades a los ciudadanos.
O por otra parte, se parece más a una democracia/capitalista. La cual, bajo el paraguas de unas elecciones regulares, el sistema capitalista tenía como único fin aumentar su nicho de mercado en países donde hasta entonces no podía llegar.

Tal vez, ellos perciban esta segunda opción y sientan que nunca han tenido una verdadera democracia. Ya que cambiaron a un dictador con bigote y rancio traje militar, por un dictador que va insertado en los billetes de 100€.