El sábado por la tarde ocurrió un cataclismo mundial. Nada que ver con el derrocamiento del presidente de Ucrania. Algo más importante que la salvajada de tratar a pelotazos (y vulnerando los derechos humanos) a inmigrantes en Ceuta. Incluso más relevante que la afición de la derecha española a tener cuentas ocultas en Suiza.
El sábado casi se acaba el mundo y se abren los cielos dando lugar a las sietes plagas bíblicas. Cuando vimos que Whatsapp no funcionaba.
Roma ardió y Troya fue tomada.
Nos sentimos indefensos, sudorosos y nerviosos. El corazón se nos desbocó. Al ver atónito que los mensajes no llegaban y los otros no nos contestaban.
Frenesí, ansiedad y sudores nos invadieron.
“¡El fin del mundo! ¡Qué horror! Ésto no me puede suceder a mí. ¿Por qué?” Pensó más de uno aterrado. Su vida virtual bloqueada y pendiente de los caprichos de las tecnologías. El ocaso de sus días casi alcanzaba a ver. Con la esperanza de que se solventase el problema de forma rauda y así recibir su dosis de mensajes.
El peor de los problemas se cernía en su mente; “¿Cómo poder seguir usando Whatsapp, si está fuera de servicio? ¡Qué terrible injusticia!”
Y de esta manera Twitter se llenó de histéricos lamentos y furiosas quejas, salpicadas con alguna ironía que fueron desplazando a temas menores que pululaban por la red; como la inestabilidad de Ucrania, las tropelías perpetradas contra los inmigrantes en Ceuta o ese dinerito caprichoso que aparece en cuentas extranjeras que nadie sabe de donde ha salido.
Porque lo realmente importante es que; “No me va el Whatsapp”
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