
Por eso, ante semejante afrenta a todos los sentidos (y no sólo el artístico y visual) que supone semejante excavación en la piedra con su cruz vigilando a los muertos que encierra en sus tripas, conviene reflexionar que hacemos con el juguete que se hizo Franco para alimentar su particular ego.
Yo no abogo por aplaudir las palabras del abad, en las que pide que; “pueda ser, de manera eminente y eficiente, ese ámbito de presencia de Dios a través de los símbolos sagrados y del culto que lo caracterizan. Para que sea un espacio para la paz de los corazones a través de la quietud y la religiosidad” como expresaba en la homilía que se celebró en honor a Franco el último 20 de Noviembre.
Yo no abogo porque se reserve ese espacio para el uso clerical, deberíamos ser mucho más ambiciosos y convertir, ese socavón en la pared que alimenta el más gris de todos los recuerdos del franquismo, en una explicación de lo que fue y supuso para nuestra historia. Quien fue Franco, que supuso su dictadura, que fue la República y porque España tuvo una Guerra Civil, a su vez no se debería olvidar explicar quien construyó (y bajo que condiciones) este mausoleo a la infamia.
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